lunes, 12 de diciembre de 2011
Él, que no temía a nada...
Las palabras eran su arma letal, podía desarmar a cualquiera con sólo una oración; aun sin conocer al oponente, sabía exactamente qué palabras podrían atravesar la piel como una espada. Pero ¿de qué le servía semejante poder ahora? Ahora que temblaba como niño asustado y que ni una sola palabra podría defenderla de ese inevitable conjuro. Él no dijo nada, una sola mirada atravesó su pecho y le quitó el aliento. Sin verbos ni sujetos ni conjunciones ni complementos, él acertó y se fue. Su piel brillaba como la luna y sólo esperaba que aquel rojo carmín que recorría su vientre no tardara mucho en definir su punto final... Se había enamorado de la perosona equivocada en el momento menos esperado...
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